A poco más de cuatro días del terremoto, el mayor desafío en Pedernales es evitar que se desarrolle un brote epidemiológico entre la población. Esta zona es donde ocurrió la mayor destrucción.
El riesgo de enfermedades gastrointestinales, respiratorias, debido a la falta de agua potable, destrucción del alcantarillado y exposición a los cadáveres está latente. Así también, las aguas estancadas -ya sea en cisternas o en ciertos sitios abandonados- aumentan el peligro de patologías por vectores, como el zika, dengue y chikungunya.
Por estas condiciones, desde el domingo pasado, decenas de familias han optado por dejar sus viviendas y migrar a Guayaquil, Santo Domingo, Quito, entre otros lugares. Gladys Lara, de 60 años, señala que quiere ir a Guayaquil, en donde su esposo está recibiendo atención médica.
La casa en donde arrendaba, en el barrio Lindo, quedó destruida, por lo que se fue a vivir con su hijo, en la vía a Cojimíes, localidad que sufrió menos daños. Pero hay personas que no tienen adonde ir.
Celso Briones, de 43 años vive en el barrio Divino Niño. Su vivienda quedó fragmentada, pero no perdió a ninguno de sus seis hijos ni a su esposa. Ayer caminó junto con uno de sus niños por las calles devastadas por la destrucción y con intenso olor a muerte, buscando un lugar donde cargar su celular para pedir ayuda.
Hasta el sábado pasado, él vendía granizado, hoy no tienen cómo llevar alimento y agua a su casa. Su niño no habla desde el terremoto, tapado con una mascarilla apenas alcanza a decir que le duele el pecho. “Él y yo estamos completamente idos”.
Fuente: El Comercio